lunes, 16 de julio de 2007

En aquellos tiempos...


Recorrieron largas sendas que no llevaban a ninguna parte. Las dos muchachas entristecidas caminaban silenciosas sin mediar palabra, cogidas de la mano.
Un ave sobrevolaba en círculo esperando poder posarse sobre el hombro de una de ellas.
La más alta era una mujer de larga cabellera negra y la otra tenía rojos cabellos.
Vestían ceñidos vestidos de tafetán negro como las plumas de un cuervo.
-¿Qué te parece si paramos un rato?
-Bueno, Nora.
Nora era la mayor de las dos, la pelirroja.
-Kary, ¿estás cansada?
-Un poco.
-¡Bien! Haremos una parada, pero muy corta. No nos podemos descuidar.
Baja el ave y se posa sobre el hombro de Kary. Ésta parece recobrar energías.
-Tienes mejor aspecto. Haces mejor cara ahora que Whymk se ha posado en tu hombro.
-Tenemos que darnos prisa si queremos que la hechicera deshaga su embrujo.
Pararon en las inmediaciones de un riachuelo de aguas cantarinas. El gorgoteo de una fuente atrajo su atención y llenaron de agua un par de calabazas y un pellejo que colgaba de la cintura de una de ellas.
Sacaron de sus zurrones un trozo de queso y un mendrugo de pan para cada una.
Comieron y bebieron abidamente dando al ave parte de lo que tomaban.
-Qué fresquita es el agua de esta fuente.
-Mira, Nora, ese árbol tiene la fruta madura. Son ciruelas amarillas.
-Aunque son muy pequeñas nos irán bien.
Las dos muchachas se levantaron y aproximaron al ciruelo.
Recogieron sus frutos más maduros y los colocaron en un pañuelo grande, cada una, poniéndolo entre hombro y cintura, cruzando el pecho y dejando la carga por delante.
Más animadas emprendieron de nuevo la marcha.

Se adentraron en la espesura de ese bosque. Iban entretenidas en sus pensamientos y no advirtieron que alguien las estaba siguiendo.
Entre la maraña de zarzas y árboles se movía una diminuta figura. Era alguien que cubría su cuerpo con una túnica y tapaba su cabeza con capucha. Llevaba un tejido que parecía participar de los colores que le rodeaban. De hecho seguía el mimetismo de las hojas y ramas que iba encontrando a su paso. Esa trama se iba modificando según estuviera en sombra o zona iluminada.
-No irán muy lejos.
Era un eco femenino el que así pensaba.
-Se dirigen a la gran cascada.
-Saben bien dónde pueden encontrarla.
-Tengo que distraerlas antes de que caiga la noche.
-Con la Luna tendré el poder y ya no tendrán escapatoria.

-¡Nora!
-¿Qué tienes?
-¡Noraaa...!
Asustada, Kary, quedó paralizada.
-¿No te das cuenta?
-¿De qué tengo que darme cuenta?
-Siento que algo me atraviesa, algo helado que me abrasa.
-¿Tú no notas nada?
-No, no tengo esa sensación.
-Descansaremos un rato para que te calmes.
Las dos muchachas buscaron un claro del bosque y se aposentaron. En las proximidades corrían las aguas cristalinas del río que venía de la cascada a la que se dirigían.
-Kary, no podemos entretenernos mucho rato. Se está cerrando el día y será muy difícil seguir la senda.
-Piensa que nos advirtieron de los peligros de la noche.
-Que tenemos que conseguir llegar antes de que anochezca porque la furia se crece en la noche y si da con nuestro paradero no habrá magia que nos libere de sus poderes.
Kary reaccionó a las palabras de su hermana.
-Vamos, no perdamos tiempo.
-Soy una blanda.
-Kary, no lo eres.
-Eres tú la que tiene la magia de su lado y eso te hace más sensible y vulnerable.
-Tengo que cuidar de ti.
-Madre dijo que mi papel era ser tus músculos y tu resistencia.
-Cuando lo dijo no entendí nada, pero ahora empiezo a encontrar sentido a sus palabras.
Nora queda pensativa y su cara refleja un gesto duro de dolor.
Pasan por su mente, en tropel, imágenes espeluznantes.
Aquellos seres maléficos que salían de la nada y que buscaban mientras destruían todo lo que con sus ojos atravesaban.
No recordaría formas, porque no los veía, recordaba sensaciones que le helaban la sangre.
-Coge a tu hermana y marcha.
-No esperes más.
-Y sobre todo no mires oigas lo que oigas
Le había dicho su madre.

Había cogido a su hermana que dormía sobre la paja envolviéndola en su capa.
Fue terrible oír aquellos chasquidos y alaridos.
Recordaba el olor de los cuerpos putrefactos, el de la sangre, el de los huesos calcinados.
Alaridos que atravesaban su garganta entrando hasta sus entrañas.
Fue casi imposible seguir sin volver al lado de la madre.
Fue la mayor de las pruebas.
Controlar ese impulso le desgarró músculos que tiraban de ella.
Cuando llegó al bosque su cuerpo había seguido el curso de dos vidas. Ya no era la misma. Su vida no era suya. Su hermana era su vida.

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