miércoles, 20 de octubre de 2010

Nos hicimos un favor




Vino ella. Abrió la puerta y quedó a la espera.
Salimos corriendo.
Apuramos el paso, disimulando.
_ No ves que todos están mirando._ le dije deteniéndome.
Ella me tomó del bolso que llevaba en bandolera y tiró de mí.
_ ¡Date prisa! ¡No te entretengas!
_ Acaso piensas que nos sobra tiempo.
_ No lo tenemos.
Perpleja, la seguí.
Ya me daría cuenta de esa premura en otro momento.
Entramos al metro y nos sentamos en uno de los bancos del andén. Manteniendo las distancias con los otros que ni siquiera miraban, con esa actitud vacía que da a entender no estar.
Parecía que el tiempo no llegaba a dar sus pasos.
Ella se quejaba de la lentitud en que éste pasaba. Yo quedaba atrapada en su ritmo.
Al fin subimos, entre empujones y empellones.
Nos situamos en el ángulo que parecía acogernos.
_ ¿A dónde vamos?_ le pregunté.
_ ¡Ya verás!
_ No me dejes en ascuas. Ya sabes que no aguanto las expectativas cuando me dices algo. Por favor, aclárame y no me inquietes. Me pone nerviosa no saber porque te sigo.
Ella ni se inmutó y sonrió.
Decidí no entrar en su juego y me evadí.
Miré la pantalla en la que se movía una danza.
No había sonidos otros que los ruidos de la máquina y las conversaciones que con ellos se confundían.
Ella me observaba y sonreía.
Sabía que estaba huyendo de la inquietud en que me colocaba.
No había secretos en nuestros gestos. Nos sabíamos y entendíamos. No en vano, llevábamos tiempo juntas.
Cuando el vagón paró en la estación, destino de su finalidad, me resistí y le dije que no la seguía.
Quise forzar para que me comunicara la razón de ese paseo subterráneo.
_ ¡Tú te lo pierdes!
Dicho y hecho.
Descendió y yo quedé dentro.
En la siguiente estación bajé con remordimientos.
Cogí el convoy de vuelta.
Lo hice con intención de regresar al punto de origen.
Veía inútil seguir.
Allí la vi.
Subió y se sentó a mi lado.
No nos hablamos.
No nos miramos.
Seguimos desandando nuestros pasos.
Ese silencio se impuso durante horas.
Lo que empezó siendo un juego, acabo en desastre.
Al día siguiente hizo sus maletas y marchó.
Mi orgullo impidió que la siguiera.
Ahora me lamento de su ausencia.

Llaman a la puerta.
Será ella.
No creo.
Tiene llave y podría entrar en cualquier momento.
Atiendo y miro por la mirilla.
No hay nadie.
El ascensor pasa de largo.
Así días.
Así meses.
Así años.

¿Qué era lo que ella me ofreció que nos llevó a la ausencia?

La curiosidad fue a más conforme pasaban los días.

Requiebro mi memoria y pienso que me puso a prueba.
Quiso saber y supo.
No me dejé llevar.
Con ello se perdió todo.
Nunca más.

Olvidé que hubo ese momento en mi vida.

¿Por qué lo recuerdo ahora?

Ha sido algo casual.
He creído verla en la calle.
Me ha parecido que iba de la mano de alguien.
No me he incomodado.
Lo he visto ante mí como si no tuviera que ver conmigo.
Ausente de lo que me podía concernir.

Pasó de largo.
Simplemente lo estoy rememorando.

No estoy sola.
Otra está a mi lado.
Ella no juega con mi paciencia ni me enreda con esas fantasías.
Soy yo quien ha tomado el mando.
Le pongo a prueba y ella sale airosa.

Aprendí que el mundo debe inventarse a cada paso.
Es posible que me esperara un regalo.
Puede ser que en ese gesto me llevara al límite para romper conmigo.
Si así fue, lo consiguió y nos hicimos un favor.

Safe Creative #1010207616439

2 comentarios:

  1. Preciosa historia, Ana, triste, real....
    Siempre hay, después de todo, un rayo de esperanza en los ojos.
    Me ha encantado reencontrarme con tus letras, amiga mía.
    Un abrazo, besos

    Ío

    ResponderEliminar