sábado, 30 de octubre de 2010

Decidió acallar su alma




— Ahora no me quiero quedar aquí. —decía María mientras miraba al suelo para evitar que vieran su gesto de asco.
— ¿Mira por dónde vas? —siguió diciéndole su madre, subiendo el tono de voz y con gesto ceñudo. — No cuentes con que andemos detrás de ti. —añadió enrojecida por la ira contenida.
La niña le sacaba de sus casillas.

Tras un portazo, María marchó pisando fuerte.
Se oían sus pasos. Golpeaban el pecho de Luisa, su madre adoptiva.
— En mala hora la trajimos a casa. —pensaba mientras secaba unas lágrimas que sin control se deslizaban por su cara.

Habían soñado tener un hijo. Las cosas no salieron como las planificaron.
Al principio ponían medios para evitarlo.
Dado que eran una pareja estable y la confianza sobre su fidelidad no estaba en duda, habían optado por la pastilla.
En esos tiempos parecía ser más de lo más.
Poderse permitir la libertad del encuentro sin retiradas o esas gomas que tan poco les gustaban.
Nunca temieron sobre consecuencias. Efectos secundarios.
Preguntaron a ginecólogos que buscaron de pago.
Unos les despacharon con un no está bien, otros les pusieron campo abierto y facilitaron las recetas.
Ni todos lo galenos tenían clara esa opción, ni todas las farmacias facilitaban su adquisición.
Eran tiempos de adaptación social.
Las viejas consignas predominaban.
La primera receta, venía escudada en una prescripción de control del ciclo menstrual. El especialista, ocultaba el control de natalidad en ese supuesto. Muchos lo hacían así.
Hubo que buscar otras marcas. Con esa enfermaba y desangraba.
Bastó una consulta telefónica para que el doctor le indicara cual.
Al final hubo el ajuste deseado.
Así tiraron unos años.
En ese tiempo, las restricciones fueron siendo menos. Se pudo hablar sin subterfugios sobre ello.
Querían vivir. Los hijos vendrían después. Era pronto para atarse.
En un descuido hubo embarazo.
Pasaron días y noches de dudas.
Si estaban planificando para no tener hijos, de momento, el paso a dar era consecuente con sus propósitos.
Buscaron la mejor opción.
Fueron a lugares que tramitaban el viaje.
Ir a Londres fue su elección.
No irían los dos.
Una amiga que había vivido en esa ciudad durante un largo periodo de su vida la acompañaría. Le pagarían los gastos. Con eso podían.
Fue una buena elección. Hubo dos vivencias, la del traumático proceso y la visita guiada por museos y calles.
En el vuelo, la acompañante sufrió un mareo. Se supuso que era la que hacía ese viaje y ella su acompañante. Ese equivoco fue motivo de sorna, cuando se volvieron a encontrar en la sala de espera previa a la intervención quirúrgica.
Allí supieron que ese viaje llevaba a un destino, el de interrupción del embarazo.
En la entrevista se alegaron razones psicológicas, tras haberse explicado.
No fue grato.
El cuerpo quedó bajo la química de las hormonas que en ese estado se disparan.
Pasado el tiempo, aquello era historia.
Dejó de ingerir aquellas pastillas que ya daban señales químicas en su cuerpo.
La piel erupcionó y el ciclo se interrumpió.
Buscaron la concepción.
No sólo no se dio, sino que ella enfermó.
Se hizo necesario un tratamiento hormonal. Su cuerpo reaccionó muy mal. El dolor le partía por la mitad. Lo dejó.
Buscó otros y otras especialistas.
Tenía pérdidas incontroladas. Se desangraba.
Lo que le ofrecieron fue compensarlas con hierro.
Así durante un tiempo.
El siguiente paso fue la histerectomía.
Hubieran vivido sin hijos, pero no pudieron, era más fuerte el deseo.
Allí llegó María, una niña de cinco años.
Adaptarse fue complejo y difícil.
Siempre respondía con aquella de: “Tú no eres mi madre.”

Ahora se arrepentía y miraba su vida queriendo darle la vuelta a todo lo que a ella le conducía.
Se habían quedado solas, él no lo resistía.
Cambiaron las cosas.
Se había pasado a ser de esas madres que sólo ven el mundo en los hijos.
Su pareja se resintió y buscó consuelo en otros brazos.
Sólo le quedaba María, no podía perderla.

Se sentó en el rincón iluminado por el último rayo solar.
Cuando quiso percatarse de su estado, la sala estaba a oscuras.
El vacío la heló.
No viviría allí días por venir.
Buscó entre los calmantes que tenía para relajarse y los tomó sin control. Decidió acallar su alma.

— ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamaaa…!
Sonó en gemido.
Sonó en aullido.

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