sábado, 13 de diciembre de 2008

REGRESO




Se quiebra el silencio, la puerta está abierta. La niña se asoma. Su madre la mira en el tiempo, sin saberse ella en ello. Responde al reto y queda a su lado mientras el mundo llena sus maletas y carga con ellas explorando nuevos destinos. El de ella no es otro que el pausado tempo interpuesto en cada momento. Olvidos que no se recogen, palabras que no dicen. Perspectivas olvidadas. Saberes que ya no existen.
Se las llevó el viento, dejando al aire sentimientos que no vuelven.
-¿Vuelves?
-¿A dónde?
-¿De dónde?
-No sé, quizás mañana te vea a mi lado y habré olvidado.
-No sabe, y se plantea si sabrá recordarlo.
Ella se mueve en los bucles ciegos de lo que transcurre bebiéndose el tiempo.
Hubo momentos de angustiosa zozobra, en esos momentos la vida era fuego que no alcanzaba a consumirse, y por ello la quemaba por dentro.
Nimiedades construyen agónicos momentos.
Salió rumbo a ninguna parte. La consciencia golpea su mente, que despierta anuncia los despojos dejados en cunetas olvidadas.
Sabe que estuvo y recorrió senderos, ahora ignotos.
No se sentiría capaz de afrontarlos de nuevo, pero volvería por ellos, pues nada le permite inventarse de otra manera ni ser otra.
Es y está en esas coordenadas trazadas, no se sabe bien si por un destino o una disposición que le conduce a ellas.
Vivió al lado de unas y otros. Los fuegos fatuos no bastaron, volvería por ellos, aún sabiendo que no son otra cosa que miradas al vacío extenso, al pie de un precipicio que se abre al abismo.



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