viernes, 8 de mayo de 2009

Relato de verano

-Despierta, que ya son las cinco- dijo encendiendo la luz del pasillo para que no le impactara su resplandor.
Marta abrió los ojos desperezándose, tenía que darse prisa, o no podría hacer lo que había planificado.
Su hermana se había vuelto a acostar y no insistiría. El día anterior le había rogado insistentemente para que se hiciera cargo del despertador y no le implicara a ella, pero tras una discusión en la que parecía perder la batalla había cedido a sus requerimientos.
-Sabes que apago el despertador y me doy la vuelta. Necesito que me ayudes.
Rosa había hecho ese gesto que le confirmaba que tras reproches varios, cedería.
Esperó que descargara la retahíla de imprecaciones.
Entre tanto se evadió, planificando los pasos a dar al día siguiente para hacer las cosas con el menor tiempo posible.
Rosa no fallaba nunca, aunque volviera de su trabajo a las tres, sería capaz de despertar al cabo de dos horas para avisarla.
Cuando consiguió que cediera prometiéndole que, como siempre, no le fallaría, se había sentido satisfecha de tenerla como hermana.
Aunque era algo gruñona, nunca le fallaría, y en esta ocasión, como en otras, había sido puntual y cuidadosa al no encender la luz de la habitación; pero ese detalle más bien era para evitarla, sabía que tenía muy mal despertar.
Al cabo de media hora salió cerrando la puerta tras de sí, sin cuidado, con un golpe seco.
Rosa se revolvió entre las sábanas y se tapó con la almohada.
-Mira que es delicada, y lo poco que le preocupamos los demás.
-Al fin se va. Entre la ducha, desayunar y abrir y cerrar armarios, no me ha dejado pegar ojo. Además me he pasado dos horas, pendiente del despertador, con el temor de quedarme dormida.- dijo, hablando sola.
-Pensándolo bien, ahora que estoy sola en casa me haré un café.
Dicho y hecho. Rosa se levantó y encontró el desorden que Marta había dejado tras de sí.
-¡Qué se le va a hacer! Ella es cómo es. Hace un año que vino a mi casa, y desde entonces, aunque lo ha revolucionado todo, me siento bien, a gusto, sabiendo que ella está en casa, o qué de un momento a otro puede venir.
Rosa, siempre de un lado a otro, no tiene casa ni lo pretende, pero el día que me llamó anunciando su visita, no hubiera imaginado que pasara tanto tiempo a mi lado.
Si me dijera que se va para no volver, me sentiría fatal. Me he acostumbrado a su presencia, digo presencia, pero debería apuntar invasión.
Nunca sé cómo voy a encontrarme la casa. Lo mismo cambia las cortinas que mueve las cosas de sitio.
Al principio me alteraba y le armaba la trifulca, pero no servía de nada. Con una de sonrisas lo zanjaba.
Ahora que pienso, en medio de todo no sé por qué ha adelantado dos horas su salida matinal. No me lo ha dicho, ni le he pedido explicaciones. La voy a llamar.
Entretanto, Marta, escondida en un ángulo oscuro, miraba la calle.
-Me da repelús, ese personaje que hay enfrente, parece que a posta, me inquieta.
Se me van a fastidiar los planes. Yo que quería adelantarme a todo el mundo para tener mi tiempo y terminar el proyecto. Voy a tener que quedarme con las ganas.
Me hacía ilusión imprimirlo y dejarlo en la recepción.
Estaba en estas cavilaciones, cuando sonó su teléfono móvil. En ese instante se apercibió de que el personaje que estaba al otro lado de la calle marchaba con precipitación, como si reaccionara al sonido que en medio de la quietud de esas horas, seguramente oído con claridad.
-¡Sí!-contestó con suavidad -¿Qué quieres? ¿Por qué me llamas?
Justo en ese momento vio que ese alguien miraba a través del cristal, intentando ver el origen del sonido.
Marta tembló, contestando a su hermana con un hilillo de voz imperceptible. -¡Rosa! ¡Ven!
-¿Dónde estás?
-Aquí abajo- le contestó, queriendo evitar que su voz temblorosa fuera percibida por quien, del otro lado, parecía haberla localizado.
Esa sensación la hizo salir de su escondrijo.
Al tiempo, el ascensor se ponía en movimiento. Pensó que Rosa estaría bajando, pero no. Su hermana estaba en el descansillo esperando que quedara desocupado para poderlo llamar.

Tenemos: a Marta acercándose a la puerta del ascensor, confiada, creyendo que llega su hermana; a Rosa en el descansillo, nerviosa, moviéndose de un lado a otro, cómo un animal enjaulado, y con las pupilas fijas en el cuadro que ilumina los pisos por los que pasa el ascensor, que primero sube, y después baja. No puede esperar más, y se lanza escaleras abajo.
En la calle, un energúmeno golpea los cristales de la puerta, que al final rompe, dejándolos caer sobre el suelo, pasando su mano ensangrentada a través del espacio abierto.
Abre la puerta desde fuera, al tiempo que del ascensor sale un hombre con un bate de béisbol, precipitándose contra ese ser que ahora queda en medio del espacio iluminado al completo.
Rosa se lanza interponiéndose entre su hermana y él, que parece querer alcanzarla. En ese instante un ruido seco y un cuerpo que se precipita sobre el suelo. El hombre que enarbola su bate ensangrentado las mira. Rosa coge a su hermana y la introduce en el ascensor sin esperar ni saber qué papel juega cada uno de esos seres que a ella le parecen salidos de un oscuro sueño, el que los liberara la noche anterior.
Cuando vuelve a casa, con su hermana, encuentra la puerta cerrada, y recuerda que en la precipitación ha salido sin llave. Mira a su hermana y descubre que ha dejado su bolso en alguna parte, constatando que ni una ni otra podrán acceder al cobijo de su hogar.
Por las escaleras, cada vez más cerca, se oyen pasos largos, que las suben a zancadas, y un ritmo marcado por el bate que restriega sobre la barandilla en un ritmo de tres por cuatro.
Ella llama en la puerta del vecino de enfrente, que solicito la atiende de inmediato, tras ser advertido por los ruidos y habiendo observado a las dos mujeres desde el ojo de la mirilla.
-¿Qué os pasa? ¿No sabéis volver de juerga sin hacer ruido?- les dice con sorna.
Rosa, sin responder, se introduce, arrastrando a Marta, que atónita la sigue sin decir nada. Su corazón se dispara acelerado, haciendo que pierda pie y caiga.
En sus sienes martillean los pasos que próximos alcanzan el piso, justo en el momento que son introducidas en la casa de Juan, su vecino.
No le hace mucha gracia refugiarse en esa casa. Juan es un tipo raro, ella sabe que le vigila a través de la mirilla y que sigue sus pasos desde las ventanas que dan al patio interior, frente a la de su habitación.
Un perro pequeño las encara enseñando sus colmillos.
-No temáis, es un bocazas.- dice Juan con gesto dudoso.
-Tenemos que avisar.- apunta Rosa. –Ese tipo es raro, primero parecía que venía a nuestro favor, pero su mirada no me ha ofrecido confianza, y por eso he actuado rápida.- dice mirando a su hermana, que parece restablecerse.
-¿De qué hablas?- pregunta Juan, mientras se asoma para ver si hay alguien fuera.
Ella le cuenta a grandes rasgos su versión de los hechos, y él la escucha con gesto incrédulo, pero asintiendo.
-¡Qué cosas! Y dices que os persigue. Voy a ver.- apunta mientras abre la puerta y sale adelantando la mitad de su cuerpo, para mirar.
Rosa reacciona de inmediato, cerrando la puerta, cuando ve que cómo el tipo que las seguía descarga un golpe seco sobre la cabeza de Juan. El perro queda fuera ladrando al agresor e intentando morder.
-¡Dame el móvil, Marta!- dice girándose hacía su hermana, que parece no estar.
-¡Dame el mo…!

-Despierta. ¿Qué te pasa?
-¡Jo, ya son las cinco! Bien se vale que me he despertado, porque tú ni caso de la alarma del despertador.
Decía Marta, mientras tocaba el hombro de su hermana, que parecía moverse en medio de una pesadilla, balbuceando palabras inconexas y sudando.


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